A CIELO DESCUBIERTO
EXPOSICIÓN INDIVIDUAL
Exposición: 8 de Mayo a 11 de Junio 2021 STUDIO SQUINA Opening Expo: 8 de Mayo 18:00 - 20:30 |
ANDRÉS DELGADO |
EXPOSICIÓN
Andrés Delgado nos desvela las misteriosas formas del malpaís: escolleras de rofe, columnas basálticas, la sal en la superficie del aire; el contraluz de esculturas cuya naturaleza, zahorra y objetos abandonados, se mimetiza con el paisaje. Sus madrugadas nos llevan a reflexionar sobre los excesos del consumo, el diálogo entre los nuevos
hitos de un paisaje más sostenible y la savia petrificada en las arterias de tuneras hechas joya, al borde de la calima. Un alto en el camino de la Villa de Arico. |
ENTREVISTA
Andrés Delgado, Güímar (Tenerife). Un autor que lleva más de tres décadas enraizado en Madrid, cuya obra ha sido expuesta, tanto con carácter nacional, como internacional.
Su proceso creativo se basa en la interiorización del paisaje, que proyecta en sus lienzos, en los que establece un diálogo interior entre el artista, el alma de la materia y de los materiales que la componen. Una lucha que acaba cuando el lienzo adquiere la mayoría de edad y emprende su propio camino. Su proceso creativo se inició a través de cuadros con volúmenes, siempre muy matéricos, y evolucionó hacia la escultura. Iniciándose en el bronce, buscando texturas volcánicas, hasta llegar a experimentar con el barro y conseguir esta serie que alcanza el punto de parecer gres, que parece que se quema entre nuestras manos y que se vuelve a transformar en piedra magmática. Como si, por un momento, las sacásemos de los cuadros o de los barrancos y se expusiesen aparte. Ese es el milagro en la obra de Andrés Delgado. Sus obras abordan cómo el paisaje es capaz se transformar al ser humano más allá de su condición, más allá de su residencia, más allá de sus fronteras. Desengranando un universo conceptual que pervive a través de su mirada, que busca siempre el momento preciso, el lugar adecuado, para convertirse en imperecedero instante, en la fugacidad del ser, en la memoria.
Hemos recorrido su tratado sobre el espacio a través de su obra, desde sus inicios hasta aterrizar en sus últimas series: "Piedras", 2019, y "Transformación del espacio", 2020-2021, con motivo de su nueva exposición en la sala de Arte Contemporáneo Studio Squina, en Madrid, que inaugurará el próximo día 8 de mayo, a las seis de la tarde, y que permanecerá abierta al público hasta el día 26 de junio.
Sus trabajos siempre han estado marcados por la memoria insular que parte, desde lo más inmediato hacia lo universal, transitando los conceptos poéticos y artísticos, en un viaje sin retorno que busca en la memoria la materia del paisaje su sino. Quizás, es por ello que su mirada sirve a modo de cámara fotográfica. Experimenta el paisaje, se funde en él, dialoga y aborda el lienzo en blanco como una tabla de salvación de la historia intangible que se desata en sus sienes, del legado inmaterial del ser humano que se torna en forma y color sobre el paño vertical que amenaza con volcar.
¿Cuales fueron tus comienzos?
Yo vengo de una familia, humilde, de pueblo, donde la primera biblioteca la hicimos mi hermano y yo. Empecé ha realizar mis primeras piezas escultóricas en un patio interior, con once o doce años, con las que comencé a hacer las primeras esculturillas. Mi madre me llevó a la Escuela de Artes y Oficios Irineo González, en Santa Cruz de Tenerife, donde impartía clases el pintor y profesor Antonio González Suárez. Y después hice el ingreso en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna, ganando mi primer premio en Tenerife, donde José Luis Toribio fue Premio de Honor. Cincuenta años después, no he dejado de pintar, ni de esculpir, ni de vivir gracias a ello.
¿Qué queda de aquel Andrés Delgado de los primeros años?
Queda todo. Aunque con el paso del tiempo, he ido agregando matices, como en un cuadro. Sigo siendo el mismo aprendiz que empezó, porque en cada cuadro sigo aprendiendo.
Dentro del arte abstracto conceptual, en tus primeros años de proceso creativo hasta nuestros días, tu obra ha ido evolucionando, de los conceptos clásicos hasta formar parte de lo matérico, pero siempre desde el paisaje, desde la contemplación del espacio, desde el resultado de la belleza cuando es la naturaleza la que dicta la luz que acaece sobre los tejados.
Así es. Siempre he dicho que me gustaría captar el viento e introducirlo en un cuadro. Desde esa premisa parte mi interés de introducir la propia materia dentro de las texturas de los cuadros. Integro el medio en el proceso de composición y empleo de materiales dentro de la obra.
¿Por qué la necesidad de fundir la materia en la obra? ¿De dotar a la obra los materiales que nos encontramos a nuestro alrededor?
Porque necesito captar el medioambiente en la obra. Para dejar su traza, su sustancia, parte de su esencia. No quiero copiar la realidad, quiero integrarla. Quiero que forme parte inequívoca del cuadro o de la escultura.
¿Crees en la temporalidad de la obra?
Es importante ver cómo la obra permanece, a pesar del paso del tiempo. Pero también defiendo el arte efímero, como la performance. Un acto efímero que queda grabado en la memoria de las personas. La obra de arte es el momento y me gustaría que mis obras permaneciesen. Pero tampoco me desagrada que no pasen el embate del tiempo. El arte no tiene edad, pero me temo que los artistas sí.
Me muevo viendo el entorno.
Transformación del paisaje es tu última serie.
Sí, porque tuve la necesidad de plasmar la evolución del paisaje, de cómo la intervención del ser humano, desde cierto punto de vista, puede ser positiva, hasta terminar con su descomposición, esa es mi preocupación. Desde allí huyo en busca de la luz. Dejando a un lado la parte más visceral del ser humano, para internarme en la naturaleza del espacio, entre las costillas de su alma, entre su esencia, intentado formar parte de ella.
El paisaje como vida e identidad
Sí, trato el paisaje como vida, como lo que es. Si te pones a mirarlo y a estudiarlo, el paisaje también forma parte de la identidad de las personas. Un paisaje árido conforma una espacio diferente, con respecto a otro que no lo sea. Y eso es lo que quiero plasmar en mi obra.
Uno de los elementos que más sueles utilizar es la tierra. ¿Crees que sus elementos, la parte matérica del espacio, nos convoca a la soledad y a la lejanía. Es decir, ¿te enfrentas a la obra desde la ausencia y la distancia?
Bajo la piel, una serie que analiza la distancia del tiempo, precisamente habla de eso. Aunque encontremos el abismo, el vértigo de mirar hacia atrás, la tierra encierra, pero el espacio donde vives, en donde naciste, en donde sueñas, ese lugar somos precisamente nosotros y estamos debajo de él.
La Geografía como parte de los rostros de la emoción.
Sí, es así. Eso creo. Puede ser una parte de la vida. Podríamos decir que el ser humano es parte de la geografía de la tierra. Pero después están las divisiones que ha hecho los hombres con líneas y fronteras. Hay que cuidar la corteza que nos han dado. Y el paisaje, o lo transformamos o lo destruimos. El ser humano, o evoluciona o muere.
¿Crees en la memoria del espacio?
Sí, creo en la memoria y el espacio forma parte de ella. Si se vislumbra en mi mente, como es en este momento, cuando veo cómo el ser humano altera el entorno, el paisaje es la transformación de esa memoria en beneficio de la humanidad. En este caso, un campo solar o unos molinos de vientos son parte de esa transformación de la materia a la que evoco en mis obras y con las que indago el recuerdo más inmediato del ser.
¿Crees que el tiempo, la derrota, el amor o el dolor forman una parte callada de tu obra?
Sí, claro. La obra en sí son vivencias. La obra es una experiencia que te divierte o te anula de la realidad. Cuando te enfrentas a un cuadro reflejas las emociones. Dependiendo cómo estés en ese momento, los cuadros te salen de una forma u otra. El amor, la vida, el estado de ánimo se reflejan en los cuadros.
¿Tus obras nos intentan devolvernos ese sentimiento que las sustentan?
Espero que sí. (Risas). Si piensas que mi obras es filosófica, puedes pensarlo. No pienso en qué puede pensar el espectador. Cuando el cuadro y yo trabajamos, lo trabajamos para los dos. Luego el público lo observa y capta esos sentimientos. Ese cuadro que ves detrás de ti, mientras que estamos comiendo, lo sigo mirado y seguimos trabajando.
Cuando le doy la vuelta y los aparto. Los considero que son ya hijos que han alcanzado la mayoría de edad y que deben de empezar a andar solos. Porque si no es así, me embarga. Me consternaría la existencia, sino les diese la libertad de irse y de caminar solos.
¿Buscas la transformación del espectador a través de tu obra?
Si un espectador se queda mirando a uno de mis cuadros, la transformación es hacerlo integrar en el cuadro, pasear por dentro. Si tuviese la posibilidad de decirle a un espectador algo, le invitaría entrar al cuadro y ver a través de los colores lo que existe detrás de él.
¿Buscas transformarte a través de tus obras?
Ya estoy transformado con ellas. (Risas). Soy parte de ellas.
¿Los paisajes de tus obras determinan la insularidad a la que pertenecemos?
En estos momentos, sí, claro. Si los autores más significativos han tenido a sus musas, en mi caso, he tenido la posibilidad de disponer en la insularidad en toda forma, en toda su ser y en toda su transformación.
Su proceso creativo se basa en la interiorización del paisaje, que proyecta en sus lienzos, en los que establece un diálogo interior entre el artista, el alma de la materia y de los materiales que la componen. Una lucha que acaba cuando el lienzo adquiere la mayoría de edad y emprende su propio camino. Su proceso creativo se inició a través de cuadros con volúmenes, siempre muy matéricos, y evolucionó hacia la escultura. Iniciándose en el bronce, buscando texturas volcánicas, hasta llegar a experimentar con el barro y conseguir esta serie que alcanza el punto de parecer gres, que parece que se quema entre nuestras manos y que se vuelve a transformar en piedra magmática. Como si, por un momento, las sacásemos de los cuadros o de los barrancos y se expusiesen aparte. Ese es el milagro en la obra de Andrés Delgado. Sus obras abordan cómo el paisaje es capaz se transformar al ser humano más allá de su condición, más allá de su residencia, más allá de sus fronteras. Desengranando un universo conceptual que pervive a través de su mirada, que busca siempre el momento preciso, el lugar adecuado, para convertirse en imperecedero instante, en la fugacidad del ser, en la memoria.
Hemos recorrido su tratado sobre el espacio a través de su obra, desde sus inicios hasta aterrizar en sus últimas series: "Piedras", 2019, y "Transformación del espacio", 2020-2021, con motivo de su nueva exposición en la sala de Arte Contemporáneo Studio Squina, en Madrid, que inaugurará el próximo día 8 de mayo, a las seis de la tarde, y que permanecerá abierta al público hasta el día 26 de junio.
Sus trabajos siempre han estado marcados por la memoria insular que parte, desde lo más inmediato hacia lo universal, transitando los conceptos poéticos y artísticos, en un viaje sin retorno que busca en la memoria la materia del paisaje su sino. Quizás, es por ello que su mirada sirve a modo de cámara fotográfica. Experimenta el paisaje, se funde en él, dialoga y aborda el lienzo en blanco como una tabla de salvación de la historia intangible que se desata en sus sienes, del legado inmaterial del ser humano que se torna en forma y color sobre el paño vertical que amenaza con volcar.
¿Cuales fueron tus comienzos?
Yo vengo de una familia, humilde, de pueblo, donde la primera biblioteca la hicimos mi hermano y yo. Empecé ha realizar mis primeras piezas escultóricas en un patio interior, con once o doce años, con las que comencé a hacer las primeras esculturillas. Mi madre me llevó a la Escuela de Artes y Oficios Irineo González, en Santa Cruz de Tenerife, donde impartía clases el pintor y profesor Antonio González Suárez. Y después hice el ingreso en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna, ganando mi primer premio en Tenerife, donde José Luis Toribio fue Premio de Honor. Cincuenta años después, no he dejado de pintar, ni de esculpir, ni de vivir gracias a ello.
¿Qué queda de aquel Andrés Delgado de los primeros años?
Queda todo. Aunque con el paso del tiempo, he ido agregando matices, como en un cuadro. Sigo siendo el mismo aprendiz que empezó, porque en cada cuadro sigo aprendiendo.
Dentro del arte abstracto conceptual, en tus primeros años de proceso creativo hasta nuestros días, tu obra ha ido evolucionando, de los conceptos clásicos hasta formar parte de lo matérico, pero siempre desde el paisaje, desde la contemplación del espacio, desde el resultado de la belleza cuando es la naturaleza la que dicta la luz que acaece sobre los tejados.
Así es. Siempre he dicho que me gustaría captar el viento e introducirlo en un cuadro. Desde esa premisa parte mi interés de introducir la propia materia dentro de las texturas de los cuadros. Integro el medio en el proceso de composición y empleo de materiales dentro de la obra.
¿Por qué la necesidad de fundir la materia en la obra? ¿De dotar a la obra los materiales que nos encontramos a nuestro alrededor?
Porque necesito captar el medioambiente en la obra. Para dejar su traza, su sustancia, parte de su esencia. No quiero copiar la realidad, quiero integrarla. Quiero que forme parte inequívoca del cuadro o de la escultura.
¿Crees en la temporalidad de la obra?
Es importante ver cómo la obra permanece, a pesar del paso del tiempo. Pero también defiendo el arte efímero, como la performance. Un acto efímero que queda grabado en la memoria de las personas. La obra de arte es el momento y me gustaría que mis obras permaneciesen. Pero tampoco me desagrada que no pasen el embate del tiempo. El arte no tiene edad, pero me temo que los artistas sí.
Me muevo viendo el entorno.
Transformación del paisaje es tu última serie.
Sí, porque tuve la necesidad de plasmar la evolución del paisaje, de cómo la intervención del ser humano, desde cierto punto de vista, puede ser positiva, hasta terminar con su descomposición, esa es mi preocupación. Desde allí huyo en busca de la luz. Dejando a un lado la parte más visceral del ser humano, para internarme en la naturaleza del espacio, entre las costillas de su alma, entre su esencia, intentado formar parte de ella.
El paisaje como vida e identidad
Sí, trato el paisaje como vida, como lo que es. Si te pones a mirarlo y a estudiarlo, el paisaje también forma parte de la identidad de las personas. Un paisaje árido conforma una espacio diferente, con respecto a otro que no lo sea. Y eso es lo que quiero plasmar en mi obra.
Uno de los elementos que más sueles utilizar es la tierra. ¿Crees que sus elementos, la parte matérica del espacio, nos convoca a la soledad y a la lejanía. Es decir, ¿te enfrentas a la obra desde la ausencia y la distancia?
Bajo la piel, una serie que analiza la distancia del tiempo, precisamente habla de eso. Aunque encontremos el abismo, el vértigo de mirar hacia atrás, la tierra encierra, pero el espacio donde vives, en donde naciste, en donde sueñas, ese lugar somos precisamente nosotros y estamos debajo de él.
La Geografía como parte de los rostros de la emoción.
Sí, es así. Eso creo. Puede ser una parte de la vida. Podríamos decir que el ser humano es parte de la geografía de la tierra. Pero después están las divisiones que ha hecho los hombres con líneas y fronteras. Hay que cuidar la corteza que nos han dado. Y el paisaje, o lo transformamos o lo destruimos. El ser humano, o evoluciona o muere.
¿Crees en la memoria del espacio?
Sí, creo en la memoria y el espacio forma parte de ella. Si se vislumbra en mi mente, como es en este momento, cuando veo cómo el ser humano altera el entorno, el paisaje es la transformación de esa memoria en beneficio de la humanidad. En este caso, un campo solar o unos molinos de vientos son parte de esa transformación de la materia a la que evoco en mis obras y con las que indago el recuerdo más inmediato del ser.
¿Crees que el tiempo, la derrota, el amor o el dolor forman una parte callada de tu obra?
Sí, claro. La obra en sí son vivencias. La obra es una experiencia que te divierte o te anula de la realidad. Cuando te enfrentas a un cuadro reflejas las emociones. Dependiendo cómo estés en ese momento, los cuadros te salen de una forma u otra. El amor, la vida, el estado de ánimo se reflejan en los cuadros.
¿Tus obras nos intentan devolvernos ese sentimiento que las sustentan?
Espero que sí. (Risas). Si piensas que mi obras es filosófica, puedes pensarlo. No pienso en qué puede pensar el espectador. Cuando el cuadro y yo trabajamos, lo trabajamos para los dos. Luego el público lo observa y capta esos sentimientos. Ese cuadro que ves detrás de ti, mientras que estamos comiendo, lo sigo mirado y seguimos trabajando.
Cuando le doy la vuelta y los aparto. Los considero que son ya hijos que han alcanzado la mayoría de edad y que deben de empezar a andar solos. Porque si no es así, me embarga. Me consternaría la existencia, sino les diese la libertad de irse y de caminar solos.
¿Buscas la transformación del espectador a través de tu obra?
Si un espectador se queda mirando a uno de mis cuadros, la transformación es hacerlo integrar en el cuadro, pasear por dentro. Si tuviese la posibilidad de decirle a un espectador algo, le invitaría entrar al cuadro y ver a través de los colores lo que existe detrás de él.
¿Buscas transformarte a través de tus obras?
Ya estoy transformado con ellas. (Risas). Soy parte de ellas.
¿Los paisajes de tus obras determinan la insularidad a la que pertenecemos?
En estos momentos, sí, claro. Si los autores más significativos han tenido a sus musas, en mi caso, he tenido la posibilidad de disponer en la insularidad en toda forma, en toda su ser y en toda su transformación.